martes, 13 de enero de 2015

LISBOA

Como muchos afirman, Lisboa es un paseo inacabable por aceras empedradas de basalto y alamedas a orillas del Tajo. Tiene muchísimo que ver y muchísimo que ofrecer, desde que sale el sol hasta que reaparece de nuevo de madrugada. Pero lo mejor es callejear y dejar que la ciudad, a veces de formas caóticas, y a veces rectilínias, nos lleve por donde se le antoje.


Es una capital pequeña, de unos 500.000 habitantes, que aparentemente uno despacha en dos o tres días. Lo que la hace tan especial es que cada esquina de cada casa es un pequeño monumento por visitar. Ni siquiera hace falta, al menos en el centro, usar el transporte público, nuestros pies serán suficientes para llegar a cualquier parte si no nos asustan unas cuantas cuestas y escaleras.


Pensar en Lisboa es pensar en piedra, en muros que llevan en pie desde el siglo XV, en los adoquines descolocados de las calles y en el río que corre lento hacia el Atlántico. Lisboa surge siempre como una metáfora de la historia medieval, del bullicio y de la aspereza de un tiempo pasado que en la mayoría de las ciudades europeas modernas se cambió por el orden y la limpieza extrema, en una idea uniforme y homogénea que muchas veces desmorona las particularidades locales. Puede que la capital portuguesa sea la ciudad de Europa que más claramente conserva los vínculos con su pasado, algunos ya en ruinas, pero aún ahí, presentes, para el que quiera verlos y tratar de entenderlos.

Desde las fachadas melladas de donde surgen los bares y las pastelerías, desde la pátina de musgo en el edificio del Tribunal Constitucional, hasta las complicadas calles de Bairro Alto, donde a partir de la media noche se juntan turistas y lisboetas para abarrotar las tabernas y demás locales, y hasta la zona de la Praça do Comercio, que aún conserva las dos torres del antiguo palacio que Don Manuel I habitó desde 1511. Todo en Lisboa, a pesar de ser una ciudad moderna y resuelta, mira hacia el pasado. Porque el fado no es más que una expresión de algo que ya se percibe más allá del folclore

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